Inteligencia contagiosa

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El origen del planeta de los simios (Rupert Wyatt, 2011) Estados Unidos

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El fin del predominio de los seres humanos sobre la Tierra comenzó con la investigación para buscar una cura contra la enfermedad de Alzheimer. Este es el corolario de El origen del planeta de los simios. Así explican los responsables de esta precuela de El planeta de los simios el cambio de escenario que se encuentra el coronel Taylor cuando después de más de dos mil años aterriza, presuntamente, en otro planeta.

Una de las enfermedades que más se contraponen a la esencia misma del ser humano es el alzhéimer, cuyos pacientes pierden primero sus recuerdos y poco a poco el control de sus vidas. Aunque no existe un acuerdo unánime sobre su etiología, que por otra parte puede ser diversa, la hipótesis más aceptada consiste en que la destrucción de las neuronas se produce a causa de la acumulación anómala de proteínas beta-amiloide y tau en el cerebro de las personas afectadas. El presente 2011, año de la investigación en Alzheimer, es casualmente muy oportuno para el estreno de una película en la que la cuestión científica no se aborda profundamente pero sí tiene una importancia vital en el desarrollo de los acontecimientos.

El remedio en el que trabaja Will Rodman (James Franco), financiado por la empresa biotecnológica Gen Sys, consiste en el virus ALZ-112, del cual no se especifica ni cómo actúa ni qué genes se encarga de restablecer o contrarrestar. Al administrar el virus a un grupo experimental de chimpancés constatan que uno de ellos, la número nueve, también llamada Ojos Claros, experimenta un incremento de sus habilidades cognitivas testado mediante el juego matemático ideado por Édouard Lucas denominado Torres de Hanói.

El proyecto queda abandonado por la irrupción violenta de Ojos Claros en una junta de accionistas  (que acaba casi tan mal como la presentación de Adrien Brody y Sarah Polley en Splice) en la que Will Rodman quiere mostrar sus avances para que el proyecto siga siendo financiado. La cuestión es que esta hembra, embarazada en el momento de los experimentos, transmite a su pequeño los efectos del virus (no está claro si transmite el virus vivo en su organismo o parte del material genético terapéutico del mismo). El pequeño, César, queda huérfano y pasa al cuidado amoroso y clandestino de Rodman.

Conforme pasa el tiempo César demuestra una inteligencia cada vez mayor, sorprendente comparada con los de su especie, pero también con los seres humanos. Incitado por el prodigio de César, Will inyecta el virus a su padre, enfermo de alzhéimer en fase avanzada. Al día siguiente del primer tratamiento muestra una mejoría espectacular… ¡En una día!

Después de ver esta película necesito un virólogo de cabecera, porque hay muchas cosas que no entiendo. Obviamente, el contacto con el virus es distinto en el caso de César y el del padre de Will (el primero durante el desarrollo embrionario y el segundo como adulto de edad avanzada). Además de ser especies distintas, en el caso de César el efecto consiste en un desarrollo superior de sus posibilidades neuronales, mientras que en el caso de su “abuelo” se trata de regenerar función neuronal perdida.

Hasta aquí todo es maravilloso. El ALZ-112, sea cual sea su acción terapéutica, se transmite por vía parenteral, ha curado a un hombre y ha originado un portentoso chimpancé que ha estado expuesto al microorganismo casi desde su concepción. Sin embargo, las cosas deben torcerse para que haya película. El señor Rodman desarrolla una reacción inmunológica contra el ALZ-112, sus anticuerpos empiezan a neutralizar el virus y, por tanto, el efecto beneficioso sobre su cerebro. Por ello, Will comienza a desarrollar un virus más virulento para que el sistema inmunitario de los pacientes no acabe con él y pueda cumplir su desconocida misión en el organismo: el ALZ-113.

Si hay una razón por la que los virus merecen todo nuestro respeto a la hora de ser utilizados en Biotecnología es su variabilidad genética (más o menos probable en función al grupo al que pertenezca). Si suponemos que este factor está controlado en los virus sintetizados por Gen Sys, lo que no se comprende desde el punto de vista biosanitario es porqué el nuevo virus ALZ-113, del que se desconocen oficialmente sus efectos en humanos, se transmite… ¡Por el aire!

Sin este pequeño detalle está claro que no habría película y todos esos chimpancés y primates en general que hay en San Francisco no se podrían contagiar tan fácilmente con el virus que les dará ipso facto una inteligencia superior a la que tenían predestinada por la dotación genética de su especie.

En sucesivas ediciones de la presunta trilogía esperemos que se aclaren más estas cuestiones, fundamentales para que muchos espectadores curiosos se puedan meter sin problemas en la trama, aunque, sinceramente, hay que reconocer que los guionistas han hecho bien en no complicarse demasiado la vida en describir el sistema. Dando sólo la información esencial consiguen que la trama avance, aunque el público con curiosidad científica se quede a medias en este aspecto, por lo que creo que se tendrá que conformar con el resto de los componentes de la historia, que no es poco.

Cómo será el camino hacia el dominio simio de la Tierra o qué conflictos puede haber entre ellos, son algunas de las cuestiones que se desarrollarán en lo sucesivo. Es interesante recordar que la adquisición del virus (y el virus en sí) es diferente en el caso de César con respecto al resto de sus congéneres y esto, pienso, debería verse reflejado en la trama de la historia posterior. ¿Ya habrán escrito los guiones?

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3 Comments

  1. […] y odio al diferente que existe en ciertos individuos de ambos colectivos. Mientras que la anterior El Origen del Planeta de los Simios (Rupert Wyatt, 2011) es donde encontramos el motivo del incremento de la inteligencia simia, en El […]

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