Baikonur, la primera película rodada en el cosmódromo más famoso del mundo

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Una historia que coloca bajo el mismo techo a una turista espacial en apuros y a un joven de un pueblo nómada de la estepa kazaja que subsiste al ritmo de la actividad de Roscosmos (la Agencia Espacial Federal Rusa) recogiendo y vendiendo chatarra espacial sólo podría ocurrir en el cosmódromo de Baikonur.

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Dirigido por el alemán Veit Helmer en 2011, Baikonur es el primer largometraje rodado en el emblemático cosmódromo del que toma su nombre. Desde estas instalaciones partieron por primera vez hacia el espacio un satélite artificial: el Sputnik-1, el primer ser vivo: Laika, y, precisamente 50 años antes del rodaje de la película, el primer ser humano: Yuri Gagarin.

De titularidad Rusa pero ubicada en Kazajistán, Baikonur es la una de las instalaciones aeroespaciales más antiguas del planeta y se encuentra en medio de la estepa de Asia Central. Esta particularidad es clave en la historia que cuenta la película, que se centra en la relación de los habitantes de la estepa kazaja con el cosmódromo y, sobre todo, con la chatarra espacial fruto de la separación de las distintas fases de los cohetes y otros componentes de las aeronaves conforme van ascendiendo hasta su destino.

El origen del cosmódromo, que comenzó su construcción en 1955, tiene lugar durante la Guerra Fría, y por tanto, en los albores de la frenética competencia de ambos bloques por liderar la carrera espacial. En realidad, el cosmódromo se comenzó a construir cerca de la ciudad de Tyuratam, pero recibía el nombre de Baikonur, un pueblo situado a unos 400 kilómetros, para despistar a sus rivales. No había nada que hacer, gracias a los U-2, aviones espías capaces de volar a 20.000 metros de altura, y por tanto, fuera del alcance de los radares, los estadounidenses eran capaces de poner perfectamente en el mapa el cosmódromo soviético. A partir de los años 90 también se llama Baikonur la ciudad construida en su momento para dar cabida a su personal.

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La historia de la película se centra en las aspiraciones del joven Iskander Orynbekov, que pertenece a un pequeño poblado que vive en la estepa kazaja y que sale adelante, en gran parte, gracias a los restos de cohetes y de aeronaves lanzados desde allí. Los mismos que hace años lo convirtieron en huérfano tras alcanzar a sus padres. Baikonur es ahora el único lugar desde el que se lanzan misiones tripuladas a la Estación Espacial Internacional. Desde allí partió, por ejemplo, el pasado 27 de marzo la Soyuz TMA-16 con la denominada “One-Year Mission”, que trata de estudiar cómo influye la ausencia de gravedad en el comportamiento y organismo humanos (incluida su flora intestinal) a largo plazo, ya con vistas a preparar viajes tripulados por el Sistema Solar. Sin ir más lejos, un viaje de ida y vuelta a Marte supone unos 500 días de travesía. Esta misión, en la que dos astronautas permanecerán un año en el espacio, incluye el denominado “Twins Study”, en el cual se comparará el efecto de la ingravidez mediante el estudio en paralelo de los gemelos Kelly: Scott en el espacio y Mark en la Tierra.

Iskander es un gran aficionado al espacio, le encantaría ser astronauta y en su pueblo todos le llaman Gagarin. Su misión para la supervivencia de su pueblo es vital: mediante una radio es capaz de captar la señal de la base espacial para obtener una información muy valiosa. Con datos como el punto de lanzamiento y la masa total justo antes del despegue, Iskander calcula dónde van a caer las fases del cohete propulsor y otros elementos de la aeronave, como por ejemplo, las cubiertas protectoras, que se liberan antes de alcanzar su destino. Ello les dará una gran ventaja sobre otros poblados vecinos con los que compiten, que tras un lanzamiento se echan a la estepa con camellos, burros, caballos y destartalados vehículos en busca de la chatarra espacial.

El botín les sirve para poder intercambiarlo por dinero o comida, pero este material aeroespacial de desecho también forma parte de la arquitectura de estos poblados, en los que se ven las clásicas yurtas, las tiendas típicas de los nómadas de Asia Central desde la Edad Media, y originales construcciones en las que integran estos componentes metálicos. Este contraste se ve reflejado muy bien en la película, pero en la vida real también se puede apreciar con gran belleza en el trabajo del fotógrafo Jonas Bendiksen.

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Iskander vive pegado a la Tierra, pero siempre pendiente de los movimientos de Baikonur. La historia comienza con el inminente lanzamiento de una Soyuz TMA, la última versión, y más segura, de la mítica Soyuz, el mismo modelo que puso en el espacio la “One-Year Mission”. Se trata de una misión tripulada a la Estación Espacial Internacional que tiene lugar, además, en el año del 50 aniversario del primer viaje al espacio exterior de Yuri Gagarin.

En esta ocasión, el acontecimiento es más mediático que de costumbre a causa de que un miembro de la tripulación es una turista espacial.

Se trata de la joven Julie Mahé, interpretada por la modelo Marie de Villepin, conocida por ser la hija del ex primer ministro francés Dominique de Villepin, y que interpreta aquí su primer papel protagonista en un largometraje.

Julie, de ser real, sería la octava turista espacial que acoge la Estación Espacial Internacional y la segunda mujer que previo pago accede a estas instalaciones después de que en 2006, la estadounidense de origen iraní Anousheh Ansari, que fue además la creadora del primer blog desde el espacio, pasase casi once días fuera de la Tierra. La próxima visita turística a la Estación Espacial Internacional también iba a ser una mujer: la soprano y actriz inglesa Sarah Brightman, que tenía previsto permanecer diez días en el espacio dentro de unos meses, pero que ha abandonado esta aventura por motivos familiares. Esta decisión sitúa al empresario japonés Satoshi Takamatsu en el camino para ser el próximo turista espacial.

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Gracias a su dinero, concretamente 20 millones de dólares, Julie se ha podido integrar en una misión espacial. Su cometido será la realización de diversos experimentos científicos, tales como analizar la actividad cerebral en el espacio mediante encefalograma.

Cada lanzamiento en Baikonur está plagado de tradiciones y rituales para tener buena suerte y que la misión sea un éxito, todo ello en base a lanzamientos que fueron exitosos en su momento y muchos de ellos enraizados en la pleitesía y respeto que se le otorga a figuras míticas de la instalación, como el ingeniero Serguéi Koroliov, diseñador de los inicios de la carrera espacial soviética y sobre todo Gagarin, quien, según cuenta la leyenda, antes de hacer historia en la Vostok-1, miccionó en la rueda del autobús que le trasportaba a la rampa de lanzamiento. Su pionera vuelta a la Tierra desde el espacio sólo duraría 108 minutos, pero la comprensible incertidumbre de no saber qué sería de él en las próximas horas le impulsó a darle a sus pañales, complemento esencial de todo traje espacial, el menor trabajo posible antes de partir.

A lo largo del tiempo, en función de los acontecimientos del cosmódromo, se fueron añadiendo nuevas tradiciones, como por ejemplo, el visionado de la película Sol blanco del desierto (Vladimir Motyl, 1970) el día antes del lanzamiento de una Soyuz, que surgió tras el desastre de la misión Soyuz 11 en 1971. A su reentrada a la atmósfera, a causa de la despresurización de la cápsula, murieron sus tres tripulantes, que además eran los suplentes. Los afortunados titulares se quedaron en Tierra por la sospecha de que uno de ellos hubiese contraído tuberculosis, y por tanto, tuvieron la suerte de sobrevivir. Durante la fase de entrenamiento de este agraciado grupo para la siguiente misión, un buen día se decidió de forma totalmente casual ver esta historia épica sobre la Guerra Civil Rusa que acompaña la víspera de cada lanzamiento de una Soyuz desde entonces.

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Julie ha recibido un entrenamiento similar al de sus compañeros, el ruso Sojolov y el kazajo Isabaev, y por lo visto, sigue todas las tradiciones previas al gran acontecimiento. En la película se puede ver una de ellas: el momento en el que la tripulación recibe la bendición de un sacerdote ortodoxo antes de su entrada en la nave. Los tres reciben una lluvia de agua presumiblemente bendita que les aplica el religioso mediante una especie de brocha, todo ello mientras besan una cruz de oro para así terminar el rito. Esta tradición, impensable en un estado ateo como la URSS, se incorporó hace más de quince años al repertorio, lo cual, visto desde fuera, no deja de ser sorprendente.

Mahé recibe un gran seguimiento mediático por su condición de turista espacial y por su belleza, pero vuelve antes que sus dos compañeros de ascenso a la Tierra. Para ello viajará sola, junto a dos asientos vacíos, en una cápsula de reentrada Soyuz, diseñada con su correspondiente escudo térmico, cohetes de frenado y paracaídas para salvaguardar la vida de los tripulantes.

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Iskander encuentra la cápsula y rescata a una inconsciente cosmonauta a la que los responsables de Roscosmos son incapaces de encontrar tras haber perdido contacto con ella. En vez de dar parte al personal del cosmódromo, la lleva a su yurta para intentar reanimarla, con la sorpresa de que, cuando por fin vuelve en sí, tiene amnesia y el joven aprovecha para hacerle creer que es su prometida, su koketai. Así que, ya está lío montado.

Pero la historia no sólo se queda aquí. Sin ánimo de hacer muchos spoilers, más allá de la estampa más o menos romántica y gracias a un giro argumental que llevará a Iskander a trabajar en Baikonur, los espectadores podrán penetrar en las instalaciones del cosmódromo, fuente de trabajo para muchos de los lugareños y el mayor pilar económico de la región.

Iskander tendrá la oportunidad de acceder a la base aeroespacial, incluso recibir el entrenamiento al que se someten los cosmonautas en la Ciudad de las Estrellas situada a las afueras de Moscú y conocer de cerca las implicaciones de la dedicación a la carrera espacial. Pero sobre todo, en buena parte a través de la perspectiva de Julie, reflexionará acerca de cuál es su lugar en el mundo y tomará importantes decisiones de futuro.

Este año se cumplen sesenta años de la construcción de Baikonur, y a pesar de su frenética actividad y de que el actual acuerdo de alquiler con Kazajistán tiene vigencia hasta 2050, Rusia tiene previsto un cambio de estrategia para evitar la dependencia de sus vecinos y está expandiendo las instalaciones del cosmódromo de Plesetsk, creado durante la Guerra Fría para el lanzamiento de misiles intercontinentales y que limita al norte con el océano Ártico. Esta sensación de que las cosas en Baikonur van a cambiar también se transmite en el final de la película a través de las historias de los personajes y de su relación con el cosmódromo. La sensación de que, para lo bueno y para lo malo, en el futuro ya no caerá nada del cielo sobre la estepa kazaja.

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